Introducción
Los portaaviones nucleares son sin lugar a duda el máximo icono del poder
militar de los Estados Unidos.
HMS Illustrious
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Sus orígenes se remontan en el tiempo a los portahidroaviones, pero
no fue hasta la II Guerra Mundial cuando demostraron su valía. Aunque
al principio de la guerra no eran muchos los construidos, ni las tácticas
que se usaron fueron las idóneas, y que todavía se veía
a los acorazados como los buques de guerra principales, un par de hechos vinieron
a abrir los ojos de los mandos navales. El hundimiento del mítico Bismarck,
que comenzó gracias al ataque de los Swordfish de un portaaviones inglés,
un humilde biplano heredero de la I Guerra Mundial reveló las posibilidades
de la aviación contra buques de guerra. Pero la primera demostración
“seria” fue el ataque de los mismos biplanos desde el portaaviones
inglés “Ilustrious” a la flota italiana en la base de Tarento
el día 11 de Noviembre de 1940. Demostraron que los portaaviones podían
atacar a buques enemigos desde más lejos y con más poder de destrucción
que la idea imperante hasta entonces, duelos a cañonazos.
El devastador ataque a Pearl Harbor
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Pero fue en el Pacífico donde quedó todo claro. El ataque japonés
a Pearl Harbour (el Almirante Yamamoto encontró inspiración para
preparar la operación en el ataque a Tarento), la batalla del Mar del
Coral, el hundimiento de los buques ingleses Prince of Wales y Repulse por los
aviones embarcados japoneses, la batalla de Midway, y todas las que tuvieron
lugar entre Estados Unidos y Japón, elevaron a los portaaviones a la
categoría de “Capital Ship”, buque principal de la flota.
La flota más poderosa ya no era la que tenía más acorazados
y cruceros; era la que tenía más portaaviones. El poder económico
e industrial de los Estados Unidos se volcó en su construcción
y en llenarlos de aviones caza, bombarderos y torpederos. El resultado de la
guerra en el Pacífico es suficientemente explicativo.
Una inusual Task Force con 2 portaaviones
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Después de la II Guerra Mundial, la US Navy quedó como la flota
hegemónica a nivel mundial. Y su hegemonía, que es incluso más
patente en nuestros días, se basa en el pilar básico del portaaviones.
Sus flotas se estructuran alrededor y al servicio de ellos, en las conocidas
como
“Task Force”,
Fuerza de Tareas. La composición de estos
grupos de combate es variable según la situación, obviamente,
pero como ejemplo, en periodo normal de operaciones en tiempo de paz, suelen
estar compuestos por el portaaviones, uno o dos buques antiaéreos/antimisil
Aegis (cruceros Ticonderoga o destructores Arleigh Burke), un buque de reaprovisionamiento,
una o dos fragatas antisubmarinas y uno o dos submarinos. Como se puede ver,
una completa burbuja antiaérea y antisubmarina alrededor del portaaviones.
De todas maneras, la doctrina de la Navy indica que si los buques de escolta
deben entrar en acción, es que algo se ha hecho mal, puesto que se supone
que es el ala aérea embarcada la que debe cumplir con éxito las
misiones de ataque y defensa a todos los niveles. Otro punto “fuerte”
de la Navy, los submarinos, por lo especial de sus misiones, se podría
decir que van un poco “por libre”.
Los Estados Unidos siguieron construyendo portaaviones, cada vez más
grandes, más poderosos y más caros. Recibían todas las
novedades técnicas, los aviones que portan eran cada vez mejores y más
destructivos. La incorporación de los aviones a reacción incrementaron
su capacidad militar, obligando a hacerlos más grandes todavía,
convirtiéndolos en auténticas bases aéreas flotantes, que
se pueden enviar a cualquier lugar del globo.
USS Enterprise
Pero todavía faltaba una vuelta de tuerca para convertirlos en la más
formidable arma naval: en la mañana del 24 de Septiembre de 1960, la Sra.
Willian B. Franke, esposa de un antiguo Secretario de Marina bautizó (con
la correspondiente botella de champagne) al octavo buque de la historia de la
Navy que llevaría el para los Estados Unidos mítico nombre de Enterprise.
El primer portaaviones de propulsión nuclear de la Historia se convirtió
en el buque de guerra más grande y poderoso que hubieran visto los océanos.
Recibió el apodo de “Big E”
Durante la ceremonia de entrega, el 25 de Noviembre de 1961, el Secretario
de Marina John B. Connally dijo: “El nuevo Enterprise reinará durante
mucho, mucho tiempo a lo largo de los mares. Será digno sucesor del “Fighting
Gray Lady” (la dama luchadora de gris)”, apodo con el que se conocía
al séptimo buque que llevó el famoso nombre, el portaaviones de
la Segunda Guerra Mundial.
Con el Enterprise, la Navy tenía a su disposición la más
fabulosa herramienta de guerra. Podía desplegar en poco tiempo todo el
poder que los aviones que porta en cualquier lugar del planeta, poder que es
superior a la mayoría de las fuerzas aéreas del mundo. Deslumbrados
ante lo que tenían en las manos, los mandos navales decidieron que a
partir de entonces, todos los portaaviones y los buques de escolta que los acompañan
deberían incorporar la propulsión nuclear.
USS Enterprise
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La idea de grupos de batalla “todo nuclear” nació de la
premisa que puesto que el Enterprise y los futuros portaaviones nucleares (la
extensa clase Nimitz) podían mantener altas velocidades en los tránsitos
a los lugares de despliegue, superiores a 30 nudos, se precisaba que los buques
de escolta también pudieran llegar a esas cifras de modo continuo, cosa
que sólo se podía hacer incorporando la propulsión nuclear
a dichos buques, además que también se consideró que con
el tiempo, el ahorro de combustible compensaría el gasto de construcción
y mantenimiento de buques nucleares. De esta idea nacieron los cruceros Long
Beach (también desarrollado como un demostrador de tecnología,
incorporando los últimos avances en electrónica, radares y armamento
basado exclusivamente en misiles), el Bainbridge (que curiosamente nació
como “fragata”, aunque luego fue denominado destructor), y los cuatro
cruceros clase Virginia, “Virginia”, “Texas”, “Mississippi”
y “Arkansas”. No pasado mucho tiempo, concluyeron que esto no era
necesario. Consideraciones puramente operativas extraídas de la experiencia
diaria demostraron varias cosas:
- Rara vez en operaciones reales se podía mantener elevadas velocidades
durante periodos de tiempo suficientemente largos.
- Llegar un poco antes a las zonas de despliegue no era un factor determinante.
- La simplificación logística que suponía el no tener
que repostar combustible para la propulsión, no era tan acentuada, ya
que los buques, al cabo de cierto tiempo, debían recibir repuestos, alimentos,
las tripulaciones debían descansar o ser relevadas, y en el caso de los
portaaviones, aunque la propulsión nuclear daba más capacidad
de combustible para los aviones, en periodos de operaciones aéreas intensas,
era necesario el repostaje de dicho combustible a los pocos días (en
el caso del Enterprise, unas dos semanas).
A partir de dichas conclusiones, se determinó que el inmenso coste de construcción
y mantenimiento de buques de escolta nucleares no se justificaba en absoluto.
Desde entonces, la Navy concluyó que sólo era necesaria la propulsión
nuclear en los gigantescos portaaviones (no tanto por la velocidad como por tener
más espacio para combustible de aviación y para las inmensas consumidoras
de vapor que son las catapultas) y para los submarinos (por las características
intrínsecas a sus misiones).